Resumiendo (y 2).
"Cuando el sentimiento decide dibujar".
La mano toma un lápiz, y con un trazo instintivo lanza una pregunta al alma. Comienza a construir planos que son como velas de barcos que agilizan la entrega de su expresión. Los dibujos de Teté son el resultado de un sentimiento auténtico, visceral e introspectivo y a veces es tan fuerte que su ser queda regado por todas partes, en cada centímetro del sustrato donde las líneas forman el retrato de sus inquietudes, ilusiones, críticas y propuestas.
Dueña de un mundo interior inmensamente rico en imágenes y símbolos, solo precisa de un lector sensible que decodifique lo que quiere transmitir. Efectivamente, la obra de Teté Marella está muy marcada por la literatura, al punto de que hay una gran cantidad de referentes literarios, de escritores que han dejado una impronta en su espíritu. El vanguardismo de Gertrude Stein, el idealismo de Jean Paul Sartre, el romanticismo de Pablo Neruda el realismo mágico de Gabriel García Márquez y la genialidad de Jorge Luis Borges son conceptos que le fascinan e influencian.
Los referentes plásticos pueden ser muchos, pero son más difíciles de identificar. Curiosamente, hay tres referentes, todos argentinos, que ella respeta de manera particular: el deconstructivismo de Marta Minujín, los colores de Quinquela Martín y el espíritu provocador de Leopoldo Maler.
Su obra es al mismo tiempo universal y regional, una simbiosis de elementos que ha ido aquilatando desde antes de nacer, un lunfardo que se expresa con gracia y vibración, tan criollo y familiar como su nombre y tan genovés y poético como su apellido, que significa "mujeres del mar".
En "Las prostitutas de la calle de las flores No.23" , Teté ha capturado parte de la esencia de las conversaciones de "El Salón", la casa donde Gertrude Stein compartía en París con varios artistas e intelectuales de principios del Siglo XX como Guillaume Apollinaire, Henri Matisse, Georges Braque, Ernest Hemingway y donde Picasso aborda la ruptura de la belleza convencional en sus "Señoritas de Avignon". En este dibujo a plumilla presenta unos desnudos poco convencionales, pero sin influencias del cubismo picassiano, sino de la misma Gertrude Stein quien era a la vez una mujer de carnes abundantes, lo cual no le molestaba para nada, pues estaba desprovista de los complejos de su natal América. Con su conversación inteligente y creativa podía cautivar a cualquiera con una sola frase y un alma sensible como la de Teté se ha apropiado del éter de una de tantas anécdotas, historias, teorías y lecturas de esa casa del arte situada en la Rue des Fleurs, imprimiéndole el sello de la voluptuosidad que caracterizará sus obras futuras.
En otro dibujo a plumilla del año 1977 podemos ver a un grupo de pensadores idealistas como si fuera un gremio de boxeadores retirados que ya tiraron la toalla, entre los que destacan los ojos perdidos de Sartre, el perfil de Voltaire y algún familiar de la autora. Es una obra crítica que no anda con paños tibios y aunque usando la informalidad de la caricatura plantea un reto muy formal a su propia generación: "Intentamos cambiar el mundo y el mundo nos ha cambiado a nosotros".
En la plumilla del año 1979 es perfectamente visible el predominio de la emoción, la violencia dinámica de sus sentimientos en un soberano desahogo en relación a un evento donde se le marginó por su condición de extranjera. Sumamente rico en recursos visuales, tiene además algunas palabras donde establece un símil entre aquella experiencia y la circunstancia de la Niña Rosa, de los cuentos apócrifos de Benedetti.
Al retornar a la Argentina en 1978 la autora redescubre el genio de Quinquela Martín, un pintor de Buenos Aires cuya paleta se caracterizaba por los vivos colores que desbordaron sus lienzos y llenaron de vida el popular pero sombrío y gris Barrio de La Boca, cuyas casas se adornaban con la pintura que sobraba de los barcos. Inspirada en este maestro trabaja con lápices de colores, conceptualizando las casas como cubos multicromáticos, enfatizando cómo el color puede dar nueva vida a formas convencionales. No debe escapar al espectador la forma enfática en que se ha trabajado el cielo, con promesas de un mejor futuro y conteniendo los colores blanco y azul de la bandera nacional.
Su obra de principios de los años 80s está definitivamente matizada por el dolor que embarga a los argentinos ausentes en los años de la dictadura (1976-1983), donde desaparecieron más de 30,000 personas, incluyendo varios amigos de la artista. En este período revela la exploración de su ser interior y una honda solidaridad humana, sensible al sufrimiento de sus paisanos. Algunos dibujos presentan personajes con mordazas en las bocas y pestillos en las cabezas que encierran el verbo y el pensamiento, una crítica abierta a los milicos que coartaban la libertad de expresión. Llama la atención uno de los trabajos hechos en lápiz de color de una pieza de plomería de donde irónicamente las ideas parecen fluir sin parar. Esto no es raro en Teté, quien es dueña de una creatividad que se recrea en lo mágico y lo fantástico, donde las cosas inanimadas de repente se transfiguran y hasta asumen posiciones ideológicas tan variadas como las formas que toman las nubes en el firmamento.
De este período no se puede dejar de mencionar uno de sus dibujos más estremecedores, nacido como homenaje a las madres de la Plaza de Mayo. Es un personaje cubierto por una sábana, totalmente amarrado con sogas y levantando una lápida en busca de los desaparecidos. Es un testimonio desgarrador que busca concientizar a los que miren hacia atrás en las páginas de la historia para decirles que más allá del Mundial del 1978 y la Guerra de Las Malvinas en 1982 también hubo horror y dolor. Como una denuncia o una plegaria que se repite cada vez que se observa, recordamos el presente contínuo de Gertrude Stein "una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa..." pero también un abuso es un abuso, es un abuso, es un abuso... y el arte puede y debe servir también para hacer recordar a los que han perdido la memoria.
En el año 1985, Teté crea unas obras llenas de fertilidad y sensualidad. Su personaje de Juanita Banana es ya un símbolo firme en su obra y se sugiere en estos dibujos con cabeza o máscara de ave. De nuevo la artista nos lleva a un mundo mágico con tonos pasteles, líneas voluptuosas y ojos soñadores.
Es interesante reseñar que en la búsqueda de nuevos materiales donde expresarse, encuentra en el año 1986 el consejo del pintor y grabadista puertorriqueño Lorenzo Homar, quien le recomienda trabajar en Mylar, una especie de acetato que permite trabajar de ambos lados del sustrato. Esto supone una tentación enorme para una consumada dibujante y colorista como Teté, que aprovecha al máximo las posibilidades del medio con acrílica y grafito, enseñandonos de paso la naturaleza traviesa de Juanita Banana, la amante caribeña que parece lanzarse de cabeza para jugar al escondite, pero brindándonos la oportunidad de ver sus hermosas pantorrillas, envueltas en líneas azules y verdes de seda, como si sus medias fueran un papel de regalo.
Los dibujos de los años 90s muestran una faceta más íntima y tranquila, pero increíblemente creativa donde con finísimos trazos de verde, ocre, sienna y magenta rinde homenaje al papel, recreando grullas, colibríes y ruiseñores de origami, trajes de carnaval y papeles de envoltura que al rasgarse enseñan uno de los tesoros más preciados de la humanidad: la inocencia.